Ha venido Marta a casa y me ha dicho que se ha
muerto doña Amalita. Doña Amalita tenía más de cien años, y acabó por morirse.
Había sido coronela en la revolución de Zapata.
— Pues vámonos a casa de la finada.
Y allí nos hemos presentado. Nos dieron un vasote
de tequila, como corresponde en un velorio mexicano. Y luego otro. Y otro más.
Venga lamentaciones, lloros y alegría. Y más tequila. Y así hasta las siete de
la mañana. Ya había amanecido cuando nos fuimos todos en pachanga para el
cementerio. Había que ver las lágrimas de los presentes. Eran lágrimas
tequileras, porque estábamos con un cuete tremendo. La hija de doña Amalita
decía:
— ¡Adiós, madrecita, que nunca te volveré a ver!
Y así iba todo. Hasta que le pregunté a Marta.
— Pues ¿dónde está la muerta, que no la veo?
— ¡Ay, señora! ¡Pues que no la trajimos, que se
quedó allá en la casa!
FIN
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