Se preciaba de ser una mujer con suerte. Había
nacido un viernes trece, con una disposición natural a la fortuna. Pasó su vida
coleccionando toda clase de amuletos: patas de conejo, monedas antiguas,
cuarzos. El día de su muerte lo último que vio fue una herradura. El caballo
pateó su cara, mientras ella buscaba en el campo un trébol de cuatro hojas.
FIN
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